Los únicos lugares donde la profesión parecía tomar un respiro en la mente del arquitecto fue El Puerto de Santa María, donde Manuel disfrutó de su familia y amigos en un piso con vistas a la bahía, y el estadio de la Cartuja de Sevilla donde acudía a ver partidos de rugby. En sus últimos años de vida esta cápsula se alteraría en el caso de la localidad gaditana. Sus amigos Jose Vicente Esparza y María Huarte le encargaban una vivienda unifamiliar en la misma urbanización donde se conocieron y compartieron hermosas veladas.
La vivienda es de dos plantas, sótano y altillo o soberado bajo cubierta. En el sótano que ocupa toda la casa, a excepción del porche, se encuentran el garaje de turismos, trastero y un cuarto de desahogo de usos múltiples. La planta baja contiene la cocina con el oficio, comedor, salón y un dormitorio de visitas. En la planta alta se encuentran los tres dormitorios de la familia con sus baños. Bajo cubierta se organiza una pequeña estancia mirador abierta a la escalera interiormente y a la visión de la bahía. La estancia laboral de los clientes en Brasil influyó en las condiciones del programa requerido, plasmándose esta en la presencia de arcos, cubiertas inclinadas de teja cerámica y barandilla de madera maciza en la escalera. La otra variable que condicionó el proyecto fue la de las normas urbanísticas, donde la proporción volumétrica de la vivienda respecto al espacio libre está muy descompensada.
Manuel no conoció la obra terminada. Su mujer, Maria José, mantiene la relación cercana con los clientes y resto de amigos, donde el arquitecto sigue presente en aquel refugio tan especial para la pareja.